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Salida ‘calidosa’ versión 2023: rutas urbanas en Medellín, Bogotá y Cali

By 9 noviembre, 2023 No Comments

El 2 de noviembre, nos sumamos al Día Internacional de la Gestión de Proyectos para explorar las ciudades en las que Despacio tiene presencia. Esta aventura nos llevó más allá de las oficinas, en una inmersión por los entornos urbanos que son esenciales para entender nuestra labor. Desde participar en el Potocine de Ciudad Bolívar, pasando por el proyecto Ciudad Verde en Soacha, hasta un recorrido virtual por Cali durante la pandemia y las visitas al Jardín Botánico de Bogotá y al municipio de Restrepo, en el Valle del Cauca, durante las salidas ‘calidosas’ del 2022 y una más, en mayo del mismo año, a la Manzana del Cuidado de Bogotá. En esta ocasión, cada equipo se sumergió en las dinámicas de Bogotá, Cali y Medellín, buscando reconocer y valorar las diversas experiencias que cada una ofrece.

Humedal Jaboque: Conexión con la naturaleza y nuestra historia

Iniciamos nuestra jornada matutina en el Portal de la 80, tomando el alimentador hacia Villas del Dorado, con el propósito de llegar al CAI de Jaboque. A las 8:30 a.m., emprendimos un plogging, una práctica que combina ejercicio al aire libre con la recolección de residuos. Otto Ballen, nuestro guía, nos sumergió en la riqueza histórica del lugar, explicándonos que ‘Jaboque’ significa “abundancia” en lengua muisca. Este humedal, de 148 hectáreas, no solo fue un eje vital para la agricultura y la pesca prehispánica, sino que también se convirtió en un punto estratégico durante la colonia y posteriormente, un refugio para comunidades desplazadas y migrantes en la expansión de Bogotá.

A medida que nos adentrábamos en el humedal, apreciamos el contraste entre urbanizaciones privadas y autoconstruidas, un testimonio de la constante transformación de la ciudad que, a su vez, impacta en la capacidad del ecosistema para absorber agua. A pesar de las alteraciones, el Jaboque conserva su esencia, albergando especies nativas como el sauce llorón y otras que, aunque invasoras, como la acacia negra y el eucalipto, forman parte de su paisaje actual.

El arte urbano a través de grafitis que celebran la flora y fauna local adornó nuestro camino, mientras Otto señalaba las especies residentes del humedal: anfibios como la rana sabanera; reptiles como la culebra sabanera; mamíferos como el curí, la ardilla y la comadreja; además de tener registros de 121 especies de aves.

Lamentablemente, el clima impredecible de Bogotá nos impidió completar el recorrido arqueológico planeado, pero encontramos refugio en una acogedora panadería local, donde continuamos enriqueciendo nuestro conocimiento sobre la cultura muisca, sus tradiciones y la fusión de éstas durante la conquista española.

Palacio de Cultura Rafael Uribe: Un viaje en el tiempo en Medellín

La aventura urbana en Medellín llevó a dos de nuestras despacianas, Sara y Lina, a través del Paseo Carabobo, un vibrante pasaje peatonal que nos descubre la historia a cada paso. Allí, en medio de un «supermercado a cielo abierto», se erige el Palacio de Cultura Rafael Uribe, una joya arquitectónica diseñada por el arquitecto Agustín Gooaverts, que nos transporta a una época de revoluciones culturales. Con sus arbotantes y estructuras góticas, este palacio nos invita a un viaje en el tiempo desde su majestuosa entrada hasta los tesoros históricos que alberga en su interior.

Este palacio, que alguna vez se contó entre los edificios más altos de la ciudad, es hoy un punto de encuentro para investigadores y amantes de la historia. Durante su visita, Sara y Lina descubrieron documentos que narran la vida de antaño, como un litigio de 1568 o un mapa de caminos de 1787 que conecta a Antioquia con Santa Fe de Bogotá, midiendo distancias en leguas. Como dato importante: entre la villa de Rionegro (zona de Medellín) y Santa Fe de Bogotá hay 113.5 leguas medidas en ese entonces.

Pero fue un detalle inesperado el que capturó nuestra curiosidad: algunos de los diseños originales del palacio llevaban nombres femeninos. Esto introdujo una pregunta que no tenía respuesta, ¿quiénes eran ellas? Dando cuenta que la arquitectura no era “una cosa de hombres”.

Entre el almuerzo típico (frijoles) y la lluvia, se vieron obligadas a escampar en el Astor, para comer una trufa de chocolate blanco y un alfajor, no sin antes reflexionar que por allá cerca al año 1960 esta repostería ganaba un renombre y construía historias a partir de la pastelería y bizcochería alemana y que por tradición se convirtió en uno de los productos más consumidos y visitados en sintonía con la política “su majestad el cliente”.  La jornada terminó con el regreso a la vida cotidiana en el metro.

Jardín Botánico de Cali: Estrenando un nuevo atractivo de la ciudad

La exploración en Cali nos llevó a un nuevo corazón verde de la ciudad: el Jardín Botánico, un santuario urbano de bosque seco tropical inaugurado en septiembre de este año. Parte del equipo de nuestra iniciativa Vivo Mi Calle se reunió en la estación del MIO de San Pedro, en el centro de la ciudad, desde donde algunas de las despacianas caleñas partieron hacia este pulmón de la ciudad para reconectar con la naturaleza y reflexionar sobre la vida sostenible.

El jardín nos abrió sus puertas a un mundo de árboles típicos del paisaje del Valle del Cauca como la ceiba y el chiminango, que dan nombres a barrios en Cali y que son famosos por la belleza de sus flores, además del guásimo, que es medicinal y sirve para tratar desde la diarrea y resfriados hasta la malaria, sífilis y afecciones respiratorias. Descubrimos la importancia de los hongos en las tradiciones culinarias locales, indispensables en preparaciones como el champús, una bebida fermentada que es testimonio de las prácticas de conservación de alimentos de la región.

Nuestro recorrido en Cali, que se prolongó por unas dos horas, fue una aventura sensorial: subimos a un mirador hecho de varilla de acero, testimonio de la ingeniería y generosidad de los donantes del proyecto, y nos deleitamos en la huerta de plantas aromáticas y medicinales. Esta última fue la gran favorita de todas las asistentes ya que cada aroma evocaba recuerdos de las preparaciones caseras que han nutrido a generaciones de vallecaucanas.

Pese a los contratiempos —la alergia al polen de María Camila y el zapato rebelde de Freddie—, nuestro ánimo permaneció inquieto y con ganas de aprender. Entre cafés y caminatas, admiramos la zona de cactus y palmas, que nos regaló un mosaico latinoamericano tejido con sus hojas, y concluimos nuestro viaje frente a una muestra de frutos nativos, destacando el chontaduro, favorito de todas en la oficina de Cali.

En el Jardín Botánico cada paso fue un aprendizaje, cada planta una historia y cada momento compartido, un espacio de reconocimiento de nuestra biodiversidad.

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