El término ciudad inteligente ha recorrido un largo camino. Lo que hace quince años parecía un eslogan de marketing tecnológico (más sensores, más cámaras, más plataformas digitales) hoy se ha transformado en un debate profundo sobre cómo queremos vivir en nuestras urbes. Como parte de esta discusión, el pasado martes 28 de octubre, se realizó el webinar “Ciudades inteligentes: más allá de la “Smart”, más cerca de las personas”, en el marco del Octubre Urbano y el Día Mundial de las Ciudades 2025.
Este espacio fue una oportunidad para hablar de la evolución del concepto de Ciudades Inteligentes desde la experiencia de personas expertas. El panel reunió a Elkin Velásquez (Director regional de ONU-HABITAT América Latina y el Caribe), María Mercedes Jaramillo (Fundadora y Directora Ejecutiva LACPlan y exsecretaria de Planeación de Bogotá), María Villate (Gerente de Asuntos Gubernamentales de YANGO Group) y Santiago Amador (Ágata, Agencia Analítica de Datos de Bogotá). El webinar fue moderado por Camilo Urbano, líder del área de Desarrollo sostenible de Despacio.
No solo se mide en datos
Las intervenciones de las participantes coincidieron en un punto esencial: la inteligencia de una ciudad no se solo se mide en datos, sino en su capacidad de mejorar la vida de las personas y cuidar el territorio.
Elkin Velásquez recordó que, en los debates de la Nueva Agenda Urbana hacia 2016, hablar de ciudades inteligentes era casi sinónimo de vender soluciones tecnológicas. ONU-Hábitat, en ese entonces, se mostraba reticente: no porque la tecnología no fuera importante, sino porque el foco estaba mal puesto. Se hablaba de dispositivos, no de personas. Con el tiempo, esa visión cambió. Hoy, la inteligencia urbana se entiende como la capacidad de usar datos y herramientas digitales para resolver problemas concretos: acceso al agua, movilidad, seguridad y resiliencia climática, entre otros. Y, sobre todo, para conectar dos mundos que suelen caminar separados: el de las soluciones sofisticadas y el del conocimiento comunitario y popular sobre el territorio.
Uno de los aportes más potentes del debate fue reconocer que las ciudades inteligentes no pueden construirse ignorando las asimetrías de información que atraviesan nuestras sociedades. El acceso a datos, conectividad y capacidades digitales no es igual para todos, y esas brechas suelen reproducir desigualdades históricas. Por eso, como subrayó Velásquez, el reto es poner a dialogar mundos muy distintos: el de las soluciones tecnológicas sofisticadas y el del conocimiento vernáculo y comunitario sobre el territorio. Esta articulación no es un lujo, sino una condición para que la inteligencia urbana sea realmente inclusiva. Explicó que experiencias como las manzanas del cuidado en Bogotá muestran que cuando se combinan datos abiertos, interoperabilidad tecnológica y saberes de mujeres cuidadoras, se logran soluciones más justas y efectivas. En este sentido, la verdadera innovación está en reconocer que la inteligencia urbana surge de la suma entre lo técnico y lo ancestral y poderlos articular entre sí.
Reduciendo la fricción entre la ciudad y las personas
Santiago Amador por su parte aportó una mirada práctica: una ciudad inteligente es aquella que logra reducir la fricción entre la ciudadanía y la ciudad. Reservar una cancha de fútbol, sacar un libro de la biblioteca o pagar el parqueadero deberían ser experiencias simples, no trámites desgastantes. Para lograrlo, explicó, es necesario pensar en capas: primero la generación de datos, luego la analítica que define qué preguntas de política pública queremos responder y, finalmente, la inteligencia artificial que permite tomar decisiones en tiempo real. Pero lo esencial es que la tecnología en sí es una herramienta que no debería ser entendida como un sustituto de la experiencia y el conocimiento humano, sino una herramienta, especialmente para ser usada para tomar decisiones en la política pública y facilitar sus procesos.

Hay que usar mejor la información disponible
María Villate insistió en que la verdadera inteligencia urbana no se mide por la cantidad de plataformas digitales, sino por la capacidad de interoperar entre sectores públicos, privados y comunitarios. Los datos ya existen; lo que falta es voluntad política y confianza para compartirlos y usarlos con un propósito común. En su visión, es urgente avanzar en métricas claras que permitan evaluar si una ciudad está mejorando o no: reducción de tiempos de viaje, eficiencia energética en alumbrado público, expansión de flotas eléctricas, calidad del aire, huella de carbono y espacio verde per cápita. No se trata de “reinventar la rueda”, sino de usar mejor la información disponible para cumplir con los compromisos de sostenibilidad que ya están sobre la mesa.
No desconectar la ciudad de la naturaleza
María Mercedes Jaramillo llevó la conversación más allá de lo urbano. En un contexto de crisis climática, “pensar que la ciudad puede ser autosuficiente y desconectada de la naturaleza es peligroso”. Su propuesta es hablar de territorios inteligentes, donde lo urbano y lo rural se conciban como parte de un mismo metabolismo. Esto implica medir no solo conectividad digital, sino también huella hídrica y de carbono, producción local de alimentos, conectividad ecológica y biodiversidad. Desde su experiencia en el desarrollo del Plan de Ordenamiento Territorial de Bogotá, Jaramillo subrayó que la inteligencia territorial pasa por reconocer el cuidado como principio rector: cuidado de las personas, de lo común y del planeta. En este sentido, escuchar a las cuidadoras de la ciudad y a comunidades como la Muisca fue revelador: la planificación urbana no puede seguir de espaldas a la naturaleza ni a los saberes ancestrales. En este sentido vale la pena resaltar la frase de María Mercedes: “Yo quiero creer que la inteligencia del futuro no será digital sino relacional”. Si bien la tecnología es necesaria, no hay que perder de vista que debe ponerse al servicio del bienestar de la población y la preservación de su hábitat.

La inteligencia urbana no está en los algoritmos, sino en la capacidad colectiva de usarlos
Los cuatro panelistas coincidieron en que la tecnología, por sí sola, no garantiza inclusión ni sostenibilidad. Lo que importa es la intención política y social que la orienta. Para Amador, la tecnología debe aumentar las capacidades de servidores públicos y ciudadanos, no reemplazarlas. Para Velásquez, la equidad en el acceso a datos y conectividad es un deber de política pública. Para Villate, la confianza entre sectores es condición para que los datos fluyan. Para Jaramillo, la resiliencia no será urbana, sino territorial, y debe basarse en un nuevo pacto con la naturaleza. En síntesis, la inteligencia urbana no está en los algoritmos, sino en la capacidad colectiva de usarlos para construir sociedades más justas y sostenibles.
Al cierre del encuentro, el moderador Camilo Urbano subrayó varios aspectos:
- La tecnología es un medio y un instrumento para mejorar nuestro entendimiento de las ciudades, nuestra capacidad de acción, nuestra capacidad de planear con anticipación y la crisis climática.
- La tecnología es un medio para mejorar la inclusión y la accesibilidad de las personas a las ciudades y sus servicios
- Mejorar la calidad de vida implica mitigar las asimetrías entre los distintos grupos poblacionales, no solo de conocimientos sino también en cuanto a la desigualdad y el impacto del cambio climático, así como el acceso a oportunidades.
- Es necesario crear más confianza hacia los datos. Hay que buscar entender cómo se crea esa confianza y cómo se pueden tender puentes entre lo público y lo privado a partir de ellos.
Finalmente, es preciso subrayar la necesidad de no entender el concepto de ciudad inteligente como sinónimo de tecnología únicamente. Por el contrario, las ciudades no son organismos autosuficientes, desconectados de los sistemas que los alimentan. En ese sentido, la ciudad inteligente no es el resultado únicamente de la planificación digital sino también de la planificación ecológica. En ese orden de ideas, es más coherente hablar de territorios inteligentes, con una perspectiva territorial que conciba lo rural y lo urbano como partes complementarias y no disociadas.
Contribución de autoras
María Izquierdo: Redacción – borrador original.
Camilo Urbano: Revisión y edición.

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