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Érase una vez, un ganador

By 29 junio, 2018 No Comments

Pronto noté mi impedimento para escribir. No eran mis manos, no era el papel ni la tinta, no era la superficie sobre la cual estaba apoyado; era mi mente que divagaba por distintos universos incapaces de conectarse, no podía hilar las palabras ni las ideas. A mi cabeza llegaba un sin fin de frases sin sentido ni orden. Descubrí entonces que no era necesaria una sucesión correcta de hechos para conseguir lo deseado, el relato sin relato, la deconstrucción, la paradoja.

Tenemos ganador de nuestro concurso de cuento corto, se titula Soliloquio y su autor es Elián Barreto. Felicitaciones y muchas gracias a todos los participantes. A continuación el cuento ganador:

Soliloquio

Son las 7 de la noche, estoy de vuelta en mi casa. He cometido un delito, asesiné a una persona y, esa persona a la que asesiné, fue a mí.

No lo sabía, lo juro que no lo sabía, puedo asegurarlo ante ti y ante cualquiera, no sabía lo que estaba haciendo. Sólo quería… Ganar algo de dinero, y se me presentó una oportunidad de hacer algo. Simplemente, no lo pensé. Desde que vivo solo me pierdo entre las cuatro paredes de mi habitación y el pequeño baño que lo colinda. Es absurdo.

Yo acepté el trabajo, lo acepté sin dilación, y creía que eso era lo que debía hacer. La situación está difícil, dicen muchos, y pienso que están en lo correcto, por eso un trabajo, después de haber salido del colegio, decepcionar a mis padres y escapar de mi casa, no habría tenido nada de malo. Sin embargo, pequé de inocente al no darme cuenta qué era lo que iba a hacer. Me dijeron que sólo era cuestión de atender los requerimientos de los pacientes en las urgencias de una clínica, pero, en realidad, tuve que ser cómplice de su agonía.

Ahora no sé qué hacer, los quejidos, las miradas perdidas y las caras largas me persiguen. Durante una semana, he dedicado mi tiempo a ignorar a quienes con sus pocos alientos solicitaban mi ayuda y obedecer a los que me tratan vilmente como su mascota. Menos mal hoy eso acabará, pero desde el lunes, cuando comencé, no he podido dormir. Cómo dormir después de ver hordas de gente clamar por ayuda y alivio para los dolores que los afligen, y no poder hacer nada porque te exigen un trato frío e indiferente. Aunque, ¿Todo esto por qué? Bueno, vivo solo, tengo cuentas que pagar. Aun así, quien tiene cuentas que pagar ya no es quien yo era. A esa persona la asesiné, no sé cuándo, pero lo hice. A esa persona yo le daría asco y, seguramente, también a ti.

Eran las 3 de la tarde, mi turno acababa a las 6, de repente sentí algo extraño, más bien, sentí que algo iba mal alrededor mío. Llegaron un par de ambulancias, me espabilé y salí a recibir los papeles necesarios para prestarles atención. No los tenían. Hastiado y cansado les dije que lo sentía, no podíamos atenderlos. Empezaron a increparme, ‘¿Acaso  no te duele saber lo que les podría pasar?’, les dije que sí, pero no podía violar las reglas. Ahí, ahí fue cuando oí un grito cual salido de la tierra y esparcido en el aire, provenía de la ambulancia y, claramente, escuchaba mi nombre. Era mi papá. Corrí a asomarme a la ventana trasera y allí lo vi… Me sonrió, a su lado estaba mamá. Yo, mientras tanto, me quedé congelado, y vi cómo se los llevaron sin más.

Sólo regresé a mi puesto de trabajo, seguí hasta acabar mi turno. No podía desobedecer. Mi papá me enseñó eso, ¿No? Preferí el dinero por encima de mis padres, ellos no hubieran hecho algo así, ¿Cómo fue que yo lo hice? Yo no era así, yo no soy así ya, creo que no soy quien era y quien soy no sé quién es. Ya dan las 8, espero que mis lágrimas solamente cubran una tumba, la mía.

Por Elián Barreto.